Nunca tuvo claro lo que quería ser (3/3).


Beautiful artDos horas más tarde, cada uno estaban en estaciones diferentes. Inefable aguantaba las lágrimas, convirtiéndolas en sollozos mudos. Llevaba un billete en su mano izquierda y una foto cortada por la mitad; un pequeño recuerdo de su chica revoltosa. Ella estaba en la estación noroeste de esa ciudad, tenía el pecho por dentro abierto, las mariposas intentaban suturar la herida, parar el golpe, frenar todos los recuerdos que se agolpaban impacientes para deslizarse por sus mejillas. Ya no se sentía valiente para dejar todo de golpe, para olvidar que un día consiguió ser –de verdad- con alguien…

“¿Cuál es su destino, señorita?”

“Me da igual, elija usted.”

“Pero señorita….”

“En serio, elija. Me da igual el destino”.

Dobló el billete sin mirar cuál había sido el destino elegido por el hombre mientras que  Inefable no podía apartar la vista del nombre que estaba impreso en el suyo, pensando en romperlo, en hacer como si nunca se hubiese querido marchar (y en realidad, no quería. No quería perderla pero el miedo a romperla, a convertirlas en cenizas, pesaba más en la balanza). Inefable respiro hondo, autoconvenciendose que era lo mejor. “¿Lo mejor para quién?” La pregunta le asalto por sorpresa y por un instante, dudó si realmente huir del amor ,y no vivirlo, era lo mejor.


Train in fog“Lo mejor para ella” Concluyó al final. Lo mejor para su pequeña mariposa.


Ambos se subieron al tren. Uno miró hacia su izquierda, el otro hacia su derecha…Quizás, quien sabe, se estaban mirando y no se supieron ver. Quizás, otra vez, vuelvan a encontrarse o quizás, se perdieron por no querer apostar todo por una carta. 





Nunca tuvo claro lo que quería ser. (2/3).

Paso mucho tiempo hasta que supo lo siguiente que quería ser. Fue una noche repleta de vacíos entre copa y copa, una en la que intercambio sonrisa y mirada con un completo desconocido. Aquella noche había renunciado a volver a Serendipia, a refugiarse en los bosques de Etéreo, sólo quería ser en otro lugar que le hiciesen olvidar los que dejo atrás; Y lo encontró cuando miro más allá de la barra del bar. Cuando decidió ahogarse en una vaso repleto de vodka, lo miró y supo que esos ojos verdes le pedían auxilio.

.Aprendió a coser para poder cerrar aquellas heridas que eran visibles en la piel de él. Aprendió a acariciar despacio casi sin rozar a los corazones, averiguó como escalar su espalda hasta hallar con la gran herida que vivía desde hace años en el interior de su chico (al que llamaba “Inefable”). Lo quiso como nunca había querido a nadie, incluidos a su Serendipia y Etéreo.

Él consiguió que esa chica revoltosa se olvidase de todo su pasado, que se escondiese bajo sus sábanas sin querer irse a ninguna otra parte. Consiguió abrirle el alma de par en par, conquistar cada hueco vacío y tapar aquellas grietas que la ahogaban por dentro. Y la quiso más que a si mismo.

Inefable, se repetía. Inefable siempre estaba a su lado cuando abría los ojos, siempre estaba cuando algún suicida quería esconderse en sus dedos. Inefable, se mantenía firme; la ayudaba a levantarse cuando se tropezaba. Ella se había convertido en su salvavidas aunque a veces, era él quien la salvaba.

Nunca supo lo que quería ser; si quería ser sola y con alguien, o solamente consigo
misma.

Su chica revoltosa se había ido a comprar, era su rutina de todos los jueves. Inefable sonrió pero cuatro punzadas le siguieron a esa sonrisa. Miró el reloj e inspiró. Dentro de dos horas, ella estaría cruzando la puerta principal, con los ojos bañados en felicidad y el corazón saliéndole por la boca; dentro de dos horas él no estaría para recibirla, no volvería a besarla, ni a espantar a sus monstruos. Dentro de dos horas, él estaría en otra ciudad, sin maletas con la esperanza de que su chica revoltosa pasara página, olvidándose de que él había existido en su vida. 

Salió por la puerta con los ojos llorosos y su alma en un puño. Salió intentado disimular la tristeza pero era tan evidente que parecía que se podía tocar. No había recogido sus cosas, no quería creer que se iba –otra vez-. Estaba a punto de dejar su felicidad en el baúl del olvido y emprender el camino hacía el silencio. Pensaba en él, en el temblor que sentiría cuando supiese que dentro de dos horas, no la volvería a ver  nunca más, que ya no podría columpiarse en sus pestañas y resguardarse  en sus ojeras. Ya no podría besarla ni sentir como el ritmo de su corazón se aceleraba cada vez que los dedos de él le acariciaban la piel. Dentro de dos horas, se dejaría llevar por el vaivén del tiempo  y nunca, nunca más pisaría el suelo en el que conoció a su verdadero hogar.

Nunca tuvo claro lo que quería ser. (1/3)

Empezó siendo astronauta, aterrizando en planetas que nadie había conquistado,  plantando rosas sin espinas en aquellos recovecos donde la luz no llegaba. Construyendo puentes entre estrellas sin nombre y destruyendo aquellos castillos que escondían demonios en lo alto de las montañas, las cuales conseguían rozar el cielo.  Donde había silencio, encendía la radio; en un intento de hacerle ver al sol que era bien recibido en aquel planeta al que denominó “Serendipia”.

CampingNunca se dio por vencida en Serendipia, nunca dejó que la oscuridad ganase a la poca luz que habitaba en él. Intento convertir el desastre en su hogar, convertir las grietas en sonrisas y desinfectar  aquellas alcantarillas que destilaban el olor del permanente funeral que vivía Serendipia; dibujó nuevos caminos para conseguir llegar a Roma, sin tener que pasar por las cenizas de una ciudad olvidada por los tiempos. Invento historias de aquel lugar para que  todos supiesen de su existencia; halló más planetas dentro de su pequeño planeta, y los quiso a todos, conquisto a cada uno de ellos y por un tiempo, logró endulzar a Serendipia, convertirla en el deseo imposible de otros astronautas y sobretodo, despertar de su eterno sueño el corazón de aquel planeta.

Dio por finalizado su viaje cuando otro astronauta más vivaz que ella, con más ganas de comerse a los monstruos, aterrizó en Serendipia. Ella dejó sueños pendientes colgados en las comisuras del planeta y emprendió un nuevo viaje sin un destino definido. Dejó de ser astronauta, dejó que el tiempo le hiciese cosquillas en las plantas de los pies, que el mar le llevase a donde quisiese… hasta que encontró un nuevo continente.

Abrió la boca, sorprendida por  el paraíso que se encontraba ante sus ojos, inhalo cada olor, acarició cada roca que el mar había abandonado a la orilla de  aquella playa silenciosa. Nunca supo su nombre, si era el único continente en ese gran océano u había más cerca, pero tampoco se intereso por eso. Colgó su sonrisa en las palmeras más cerca, baño sus sueños perdidos en los ríos donde el agua era transparente, jugó a ser trapecista en el bosque de aquel continente que la abrazó tan fuerte que pensó que una de sus costillas se convertirían en cenizas.  Exploró  sus cuevas, haciendo que algunas de sus cicatrices volviesen a gritar de dolor o de pánico,  por notar como unos dedos desconocidos intentaban encontrarse dentro de ellas.

Has the world gone mad, or is it me?No había tormenta,  no existía la lluvia. El Sol era el único  que velaba por ese continente. Un pinchazo. Dos pinchazos y enseguida empezó a echar de menos a su planeta, aquel al que cuidó más que a si misma, aquel en el que encontró algo al que llamar “hogar”. Se había convertido en una intrépida exploradora por aquellos lares, había conseguido traducir su pena y borrar las manchas de una antigua visitante que intento asesinar lo poco que quedaba en pie en aquel continente; pero eso no fue suficiente para que el deseo de volver a ser astronauta no resurgiese.

Decidió hacer su equipaje, colgarse el cartel de fuera de servicio y volver a viajar sin destino, con un sabor salado en sus labios y tres pinchazos en su corazón. Dejó aquel continente al que nombró “Etéreo” y sin mirar atrás, sin dejar que los momentos vividos en esas tierras la hiciese volver, se alejó.

Lejos te quiero mejor.

Septiembre se abría paso dando trompicones con los días de Agosto arañándole la espalda. Jaime dio un segundo sorbo a su café mientras observaba con desinterés la gran pantalla de televisión del bar que estaba colocada enfrente de él. Se había convertido en una especie de ritual acudir todas las tardes de los sábados ahí; en un intento de refugiarse de los recuerdos de otros fines de semana e ignorar las penúltimas lágrimas que imploraban ser liberadas.

En ese bar que nunca se había aprendido el nombre, permitía que su corazón se encogiese de dolor, diese mil y una vueltas en su interior para más tarde chorrear tinta en la soledad de su despacho.  De vez en cuando miraba hacia la barra del bar, aún tenía la esperanza de verla llegar, tener una última oportunidad de acariciar su melena rojo fuego y deleitarse un poco más con el sabor de sus labios; pero nunca la veía.

La había conocido en Abril, pura casualidad. Ambos estaban heridos, recubiertos de barro del pasado hasta las cejas y el miedo en cada risa que lograba salir de sus gargantas.  Se llamaba Lilian, una mujer menuda, con un cabello rojo fuego corto y suave al tacto,  además tenía unos ojos verdes que transmitían calidez.

El destino o la casualidad o quién sea quiso que ese día de Abril, se sentasen uno al lado del otro en la barra del bar, con el corazón muriendo y la sonrisa a punto de explotar. Ningún de los dos supo cómo empezaron a entablar conversación.

Una conversación que acabo en la cama de ella, con Jaime dibujándole golondrinas en el costado izquierdo y Lilian escribiendo en su espalda versos que él nunca leyó. Varios gemidos entre las pausas de descanso del pintor y la escritora y besos que se ahogaban en la piel de ambos , acompañados de caricias que casi conseguían llegar a las ruinas que tanto él como ella habían llamado hogar.

Jaime pintó en los muslos de ella la vida que tendría con ella, en cambio, ella escribió en su cuello el final de esa vida. Uno había apostado, sin saber por qué, quedarse con ella, en esa cama contando los lunares y cerrando las heridas. El otro había decidió darle  un empujón para que se estampara contra el frío suelo y de esta forma, los monstruos pudiesen acomodarse.

                                                  Perfection.

Era sábado. Un bonito día para dejarse caer por el bar de los recuerdos. Lilian inspiró hondo. Cada tarde a las siete acudía a observarlo desde una mesa muy lejana a la de él. Desde ahí podía contarle los lunares, las heridas recientes y un sentimiento atroz le atravesaba las costillas.

Estaba necesitada de él. Quería besarle. Versarle. Escribirle mientras él, como un niño, disfrutaba dibujándola. -¿La habrá dibujado más veces? ¿Pensaría en ella? ¿Habría encontrado otro amor? ¿Y si se acercaba a saludarlo? No, no, no, no, no y no.  Eso significaría estar muy cerca de la posibilidad de enamorarse, ya tenía bastante con pensar en él todas las noches como para ahora, abrirle la puerta a su vida y después en invierno, verlo marchar o… puede que él, de verdad, quiere quedarse. Lilian rechazo enseguida esos pensamientos y se hundió en su sitio.

Jaime se levantó despacio de su silla. Ya eran las ocho. Lilian fingió estar mirando el menú mientras observaba de reojo como él se acercaba hacia la barra del bar para pagar. El cabello se le había oscurecido, ya no era tan castaño claro como recordaba Lilian pero esos ojos negros aún poseían el brillo que tenía cuando lo conoció.

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Jaime se sentía observado, miro hacia ambos lados y hacia atrás. Sólo quedaban dos personas en el bar; él y otra chica de un cabello rojo apagado, por una milésima de instante, se le había pasado por la mente  que era (su) Lilian pero era (casi) imposible, el cabello de ella tenía más vida que el de esa mujer que fingía leer el menú, se notaba a leguas que estaba rota. Caminó hacia la puerta de salida y le dirigió una última mirada, ‘Seguro que es otra persona como yo que espera a quien nunca prometió volver’.




Vino cuando el cielo anunciaba tormenta.

No sé cómo llamarte y si alguna vez  supe tu nombre, a estas alturas eso me interesa poco. No sé por qué viniste a mi vida y esto tampoco quiero saberlo. Lo único de lo que estoy segura es que fuiste el único al que le hable de la razón de mis heridas, de a quien le pertenecían mis versos y por qué, a veces, la tristeza era una especie de cobijo para mí.

Si alguna vez me lees, no me preguntes por qué te he escrito aun sabiendo que ya te has ido. Necesitaba  despedirme de ti y sólo encontré esta manera de hacerlo. Llamaste a mi puerta siendo un desconocido y la cerraste siguiendo siéndolo; y eso fue lo mejor. No conocerte ha hecho que me dolieses menos.

Me acuerdo de ese día de tormenta en mi corazón y una calma, casi increíble en el cielo. Preguntaste hasta la saciedad por qué veías en mis ojos ese vacío infinito donde tú un día le pusiste el nombre de hogar. No sé cómo pero conseguiste aflojar un poco la soga, cuando sin querer responder a tu pregunta, me abrazaste.

Dijiste que daba igual si ganaba o perdía las batallas, tan sólo eran eso, batallas. Que lo importante era la guerra y tenía que ganar por todos los medios posibles; hiciste que sin que me diese cuenta en ese preciso momento, una pequeña flor volviese a crecer en mi jardín. Luego sonreíste. Y pensé que el mundo era cruel por no permitir que todos pudiesen ver esa sonrisa.

Estuviste demasiado tiempo en mi vida pero no lo suficiente como para conocerte y como dije antes: me alegro. Eso nos ahorró a los dos llorar más de lo permitido aunque no impidió que mi corazón diese un vuelco,  porque quiso escuchar tu risa un día de invierno y no pudo.

Hubiese preferido decirte hasta luego cuando vi que tus ojos se cerraban despacio porque necesitaban descansar, pero algo me decía que lo correcto era susurrarte un adiós a tu oído mientras me agarrabas fuertemente la mano, como cuando me repetías que yo era difícil de descifrar y quien consiguiese averiguar todas mis extrañezas y quererme con ellas, ganaría un gran tesoro; no sé si es cierto pero hoy en día, esas palabras alejan un poco la niebla.

Me acuerdo como si fuese ayer, la envidia que sentía porque te quedaban de lujo las ojeras como si fuesen una pulsera o colgante, un complemento más; era extraño. Tengo que confesarte, por si algún día consigues leerme, que echo de menos hablar contigo. Deshacerme con tu poesía de todas aquellas lágrimas que quieran hervir dentro de mí y notar como tu piel se eriza cuando las yemas de mis dedos recorren tu brazo, intentando convencerme de que  eras real.

Sé que te hubiera encantando despedirte. Sé que creías que después de cerrar ese día los ojos, volverías a abrirlos, a ver otro nuevo día tras las ventanas del hospital y sé que deseabas salir caminando de allí y conocerme un poco más pero no pudo ser.

Pude conocer a aquella chica del abrigo rojo que te rompió por primera vez el corazón o aquel día cuando creíste que vivías en una pesadilla, entre otras cosas, gracias a tus versos. Y es por eso  que retiro cuando dije que no te conocía porque sé que me equivoco.

Te conocí. Te conozco. Y te conoceré durante toda mi vida aunque ya no estas porque de noche sigo leyendo tus cuadernos, sigo en el intento de leerlos entrelineas y convencerme que si existe otra vida, volveré a encontrarte y esta vez, nos conoceremos mutuamente, yo con menos heridas y tú con unas inmensas ganas de disfrutar hasta el último ápice de la vida.

| via Tumblr - image

Ahora el mar es el único que consigue calmar sus demonios. El mece sus miedos y abraza su corazón aunque a veces, es culpable de las grietas que hay en su interior y de toda aquella arena que se acumula, impidiendo que el olvido abra la puerta. 
Ella no quiere olvidarle pero no sabe como pasar página sin hacerlo.

Le he visto demasiadas veces.

Le he visto más veces marcharse que veces quedarse. Le he visto con la sonrisa más ancha cuando cruzaba la puerta sin mirar atrás mientras mi corazón daba un vuelco en mi interior, suplicándome que le gritase un “quédate” pero a base de tortazos contra el mundo, entendí, que quien quiere quedarse se queda desde un principio, acomodándose despacio en algún hueco de tu corazón, acariciándote como quien no quiere las heridas y abrigándote en verano aunque hiciese un calor de los mil demonios.

Le he visto acariciarle los hoyuelos y abrazarla como me abrazaba a mí, le he escuchado decir las cursiladas que conseguían que mi piel se erizase e incluso alguna que otra vez he visto como la besaba, despacio, como si el mundo se hubiese detenido a su alrededor como lo hacía conmigo y ahora, lo hace con ella.

Le he podido observar desde lejos, casualidades de la vida siempre lo ha puesto en mi camino, y siempre, le he visto comiéndole la boca a diferentes chicas como si buscase a alguien que llenase su vacío, el mismo donde yo una vez estuve y casi consigo convertirlo en mi hogar favorito pero realmente, no quiere a alguien que convierta su ojos en su casa ni quien le diga lo guapo que esta un veintidós de cualquier invierno, sólo busca a alguien que le haga olvidar los errores que cometió conmigo, cuando se dio cuenta que yo era quien conseguía calmar a todos sus demonios.

Le he visto caer cuando apenas se había levantado, mirar atrás y por primera vez, sonreírme; quería que volviese a su lado, que fuese yo quien nunca me fui, que volviese.

He podido sentir como su infierno le calentaba las manos y ardía por dentro, consumiéndose con su propio dolor y yo, mordiéndome las ganas de rescatarlo.  Le he visto llorar a mares, hundirse en su silencio y caminar sin chica que pudiese sostenerle esa Tristeza que le colgaban en las ojeras.

Le he visto escribirle versos en su espalda, los mismos que un día tenían mi nombre; y cómo duele cuando alguien le dedica las mismas palabras que te dedicaron a ti a otra. Le he visto en otras guerras que no tenía nada que ver con las que hacíamos en su cama. Y después de tanto verle, no he podido no sentirme culpable por no ir detrás, por no detenerle y decirle que se quedase…

“Pero a base de tortazos contra el mundo, entendí, que quien quiere quedarse se queda desde un principio…”

Le he oído decir que siempre fui aquella musa que sabía cómo aparentar que era libre y decir que él no era mi único poeta, que sabía volar sin tener alas y reír aunque mi sonrisa estuviese más rota que cualquier plato; y todo lo dicho mentira.

Me he visto reflejada en sus ojos, pequeña, vulnerable y demasiado frágil, creyendo que en cualquier momento me iba a romper en pedazos, y casi, casi,  me rompo (hoy). He llorado más de lo he debería sin saber por qué, sólo porque sentía una presión intensa, dolorosa y asfixiante, tenía la sensación de que me falta algo, que perdía algo y no he podido no llorar.

Le he visto fumarse los recuerdos como si sin ellos se pudiese vivir y yo, como siempre, me he visto yéndome con el humo que salía de su boca. Allí, es cuando me he hundido, literalmente, viendo como todos los versos que llevaban mi nombre se iban con el viento.

Después de tanto observar, me he dado cuenta que nadie se queda en mi vida a no ser que se lo pida con los ojos casi en el abismo y el corazón con la armadura destrozada por eso, entendí, que no merece la pena ir tras alguien para quien sólo eres “importante” en los primeros días.


(Yo me entiendo, como siempre).

De Ellen para alguien.

by Kim Zier

El frío de invierno empezaba a colarse por el resquicio de la puerta,  avisando que pronto llegarían las ansiadas navidades. Ellen, seguía anonadada mirando como el fuego danzaba, quemando poco a poco la madera que tenía bajo su merced. Suspiro, ya “Ya es hora de empezar a escribir la carta de todos los años” Pensó, acomodándose en el sofá, y alcanzando con la mano, un pequeño cuaderno y un bolígrafo,  que se encontraba en la mesilla de al lado.


Las manos le empezaron a temblar, este año era muy distinto a los anteriores. Esta vez le tocaba escribirla sola, sin la supervisión de su madre. Empezó a recordar los pequeños consejos que le daba, el modo en que tenía que redactar, y las palabras adecuadas en el momento preciso. Se mordió el labio inferior, esta vez la carta no iría para ningún familiar, para nadie que la hubiese recibido anteriormente, Así que, sin pensar a quien le escribía, empezó a dejar que sus dedos fuesen los gobernantes del bolígrafo que sostenía.

Querido lector de estas próximas líneas:

Le escribo esta carta mientras veo como el poder del fuego supera a la madera, como el frio consigue que mi cuerpo tiemble, y mis dedos sean los dueños de este bolígrafo, que contiene tinta para plasmar miles de versos en espaldas ajenas. Se preguntara por que le cuento esto, y más aún, le escribo, pues veras, no hay un motivo especial, tal vez sea una tradición, algo que no puedo dejar de hacer, por muchas navidades que pase. Es una carta destinada a declarar mis pensamientos, mis incertidumbres, o cualquier tontería que ahora mismo se me pueda pasar por la cabeza. Estoy al cien por cien segura, que esto no le importara, pero espero que cuando lo lea, le haga recapacitar o estar de pre-aviso, por si se encuentra en una situación similar.

Antes de todo, le confesaré que tengo el corazón roto, con más carreras que cualquier media, y con más ruinas que la propia Roma. Pensara usted, que exagero, pero se equivoca. No sé si sabrá lo que es el vacío total, ese silencio que te desarma el alma, y deja que tu cuerpo se pasee literalmente como un muerto en vida y ojala no lo sepa nunca.  E l principal motivo de esto,  es haber apostado mi corazón por el as de su sonrisa, y mira como ha acabado, y el segundo es, haber sufrido la desaparición de una de mis principales musas, de unas de las que hacían que mi piel vibrase sin ser tocada por sus frágiles dedos, mi pequeño ángel de la guardia, mi vida. Pensara que es una locura, pero es cierto. Aposte por una sonrisa, perdí, y luego la deje reparando en una de las alas de mi pequeño ángel, y desapareció con el. Y son en estas fechas, cuando la Navidad inunda totalmente las calles, cuando más lo echo en falta. 

Son en estos días en los que la felicidad inunda –casi- todas las familias, cuando necesito oírlo palpitar aceleradamente bajo mí tórax. Cuando añoro, que me falte la respiración al encontrarme a pocos centímetros de sus labios, o simplemente envolverme entre las sabanas, y  rozar su mano, sintiendo que ningún monstruo podrá conmigo esa noche. Ojala, de verdad, que a usted, nunca le falte nada de eso, ni siquiera que le eche de menos. Quiero decirle, que lo cuide bien, si hace falta póngale una coraza de vez en cuando, dale mimos, y nunca le dejes solo, sepa usted de antemano, que en la oscuridad están los monstruos deseosos de robárselo.

Ah, antes de todo, procure que el silencio no se apodere de su particular mundo, y si en algún momento ve que lo está haciendo, no huya, quédese, y enfréntese a el. Y si lo hace, siento decirle que el caos vendrá tras de sí, pero nunca desista, el poder de la pluma es más fuerte que el de sus temores, escríbelos, quémelos, y deja que poco a poco se estrangulen con sus propias armas.
Dicho todo lo que hoy, este año, me apetecía decir, que tenga usted un buen final y comienzo de año. Espero que no pierda a su ángel de guardia, y por favor, nunca dejes que sus alas se rompan, que sus  lágrimas reinen sus mejillas, y menos aún, que su brújula se le rompa, porque en ese caso, estoy en la certeza, que lo perderá para siempre.


¡Felices fiestas, y que no le abandone su fortaleza!

Ellen arranco con sumo cuidado la hoja, y la doblo en dos, introduciéndola en un sobre. Con cuidado se levantó, dirigiéndose a una de las ventanas, para después abrirla, sintiendo como el viento enfriaba su mejilla, y abrió la mano donde tenía la carta, dejando que esta fuese arrastrada por el viento. 

- Espero que le seas útil a alguien- susurro para sí misma, mientras volvía a acomodarse en el sofá.