Septiembre
se abría paso dando trompicones con los días de Agosto arañándole la espalda.
Jaime dio un segundo sorbo a su café mientras observaba con desinterés la gran pantalla
de televisión del bar que estaba colocada enfrente de él. Se había convertido en
una especie de ritual acudir todas las tardes de los sábados ahí; en un intento
de refugiarse de los recuerdos de otros fines de semana e ignorar las penúltimas
lágrimas que imploraban ser liberadas.
En
ese bar que nunca se había aprendido el nombre, permitía que su corazón se
encogiese de dolor, diese mil y una vueltas en su interior para más tarde
chorrear tinta en la soledad de su despacho.
De vez en cuando miraba hacia la barra del bar, aún tenía la esperanza
de verla llegar, tener una última oportunidad de acariciar su melena rojo fuego
y deleitarse un poco más con el sabor de sus labios; pero nunca la veía.
La
había conocido en Abril, pura casualidad. Ambos estaban heridos, recubiertos de
barro del pasado hasta las cejas y el miedo en cada risa que lograba salir de
sus gargantas. Se llamaba Lilian, una
mujer menuda, con un cabello rojo fuego corto y suave al tacto, además tenía unos ojos verdes que transmitían
calidez.
El
destino o la casualidad o quién sea quiso que ese día de Abril, se sentasen uno
al lado del otro en la barra del bar, con el corazón muriendo y la sonrisa a punto
de explotar. Ningún de los dos supo cómo empezaron a entablar conversación.
Una
conversación que acabo en la cama de ella, con Jaime dibujándole golondrinas en
el costado izquierdo y Lilian escribiendo en su espalda versos que él nunca
leyó. Varios gemidos entre las pausas de descanso del pintor y la escritora y
besos que se ahogaban en la piel de ambos , acompañados de caricias que casi
conseguían llegar a las ruinas que tanto él como ella habían llamado hogar.
Jaime
pintó en los muslos de ella la vida que tendría con ella, en cambio, ella
escribió en su cuello el final de esa vida. Uno había apostado, sin saber por
qué, quedarse con ella, en esa cama contando los lunares y cerrando las
heridas. El otro había decidió darle un
empujón para que se estampara contra el frío suelo y de esta forma, los
monstruos pudiesen acomodarse.
Era
sábado. Un bonito día para dejarse caer por el bar de los recuerdos. Lilian
inspiró hondo. Cada tarde a las siete acudía a observarlo desde una mesa muy
lejana a la de él. Desde ahí podía contarle los lunares, las heridas recientes
y un sentimiento atroz le atravesaba las costillas.
Estaba
necesitada de él. Quería besarle. Versarle. Escribirle mientras él, como un
niño, disfrutaba dibujándola. -¿La habrá dibujado más veces? ¿Pensaría en ella?
¿Habría encontrado otro amor? ¿Y si se acercaba a saludarlo? No, no, no, no, no
y no. Eso significaría estar muy cerca
de la posibilidad de enamorarse, ya tenía bastante con pensar en él todas las
noches como para ahora, abrirle la puerta a su vida y después en invierno,
verlo marchar o… puede que él, de verdad, quiere quedarse. Lilian rechazo
enseguida esos pensamientos y se hundió en su sitio.
Jaime
se levantó despacio de su silla. Ya eran las ocho. Lilian fingió estar mirando el
menú mientras observaba de reojo como él se acercaba hacia la barra del bar
para pagar. El cabello se le había oscurecido, ya no era tan castaño claro como
recordaba Lilian pero esos ojos negros aún poseían el brillo que tenía cuando
lo conoció.
Jaime
se sentía observado, miro hacia ambos lados y hacia atrás. Sólo quedaban dos
personas en el bar; él y otra chica de un cabello rojo apagado, por una milésima
de instante, se le había pasado por la mente que era (su)
Lilian pero era (casi) imposible,
el cabello de ella tenía más vida que el de esa mujer que fingía leer el menú, se
notaba a leguas que estaba rota. Caminó hacia la puerta de salida y le dirigió
una última mirada, ‘Seguro que es otra
persona como yo que espera a quien nunca prometió volver’.
Escribes de miedo.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un abrazo.
Jaime <3 extrañaba leer esto
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