Paso
mucho tiempo hasta que supo lo siguiente que quería ser. Fue una noche repleta
de vacíos entre copa y copa, una en la que intercambio sonrisa y mirada con un
completo desconocido. Aquella noche había renunciado a volver a Serendipia, a
refugiarse en los bosques de Etéreo, sólo quería ser en otro lugar que le
hiciesen olvidar los que dejo atrás; Y lo encontró cuando miro más allá de la
barra del bar. Cuando decidió ahogarse en una vaso repleto de vodka, lo miró y
supo que esos ojos verdes le pedían auxilio.
Aprendió
a coser para poder cerrar aquellas heridas que eran visibles en la piel de él.
Aprendió a acariciar despacio casi sin rozar a los corazones, averiguó como
escalar su espalda hasta hallar con la gran herida que vivía desde hace años en
el interior de su chico (al que llamaba “Inefable”). Lo quiso como nunca había
querido a nadie, incluidos a su Serendipia y Etéreo.
Él
consiguió que esa chica revoltosa se olvidase de todo su pasado, que se
escondiese bajo sus sábanas sin querer irse a ninguna otra parte. Consiguió
abrirle el alma de par en par, conquistar cada hueco vacío y tapar aquellas
grietas que la ahogaban por dentro. Y la quiso más que a si mismo.
Inefable,
se repetía. Inefable siempre estaba a su lado cuando abría los ojos, siempre
estaba cuando algún suicida quería esconderse en sus dedos. Inefable, se
mantenía firme; la ayudaba a levantarse cuando se tropezaba. Ella se había
convertido en su salvavidas aunque a veces, era él quien la salvaba.
Nunca supo lo que quería ser; si
quería ser sola y con alguien, o solamente consigo
misma.
Su
chica revoltosa se había ido a comprar, era su rutina de todos los jueves. Inefable
sonrió pero cuatro punzadas le siguieron a esa sonrisa. Miró el reloj e
inspiró. Dentro de dos horas, ella estaría cruzando la puerta principal, con
los ojos bañados en felicidad y el corazón saliéndole por la boca; dentro de
dos horas él no estaría para recibirla, no volvería a besarla, ni a espantar a
sus monstruos. Dentro de dos horas, él estaría en otra ciudad, sin maletas con
la esperanza de que su chica revoltosa pasara página, olvidándose de que él
había existido en su vida.
Salió por la puerta con los ojos llorosos y su alma en un puño. Salió
intentado disimular la tristeza pero era tan evidente que parecía que se podía
tocar. No había recogido sus cosas, no quería creer que se iba –otra vez-.
Estaba a punto de dejar su felicidad en el baúl del olvido y emprender el
camino hacía el silencio. Pensaba en él, en el temblor que sentiría cuando
supiese que dentro de dos horas, no la volvería a ver nunca más, que ya no podría columpiarse en
sus pestañas y resguardarse en sus
ojeras. Ya no podría besarla ni sentir como el ritmo de su corazón se aceleraba
cada vez que los dedos de él le acariciaban la piel. Dentro de dos horas, se
dejaría llevar por el vaivén del tiempo y nunca, nunca más pisaría el suelo en el que
conoció a su verdadero hogar.
¡ME ENCANTÓ TU BLOG!
ResponderEliminarAcabo de encontrarlo pero el diseño y las imagenes que usas para tus textos son preciosas.
Muy buen texto, por cierto. Volveré sin pensarlo dos veces :)
Te invito a pasar por mi blog:
http://mylifeenpocaspalabras.blogspot.com.es/
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Me recordó a una frase de crepúsculo
ResponderEliminar"Así que el león se enamoro de la oveja, que oveja tan estúpida, que león tan enfermo y masoquista"
Muy bello