Había
caminado varias horas, cuando una frase visito su mente, se acordó de una
mañana de Invierno, el viento azotaba fuertemente las ramas de los árboles, su
pequeña estaba en la cocina haciendo chocolate, mientras él la observaba
anonadado, estaban solos, un desayuno romántico, se podría haber dicho. Estaban
recordando todos los males que habían derrotado, las batallas ganadas e incluso
las cicatrices que lucían en su corazón.
-Nos
quedan demasiados monstruos que matar- dijo él, refiriéndose a los demás
residentes de la casa.
Su
pequeña río por lo bajo, y lo miro. Él sonría, esperando su respuesta.
-A
veces los monstruos que hay que derrotar somos nosotros- respondió seriamente.
Él entrecerró los ojos, encogiéndose de hombros.
-Tal
vez tengas razón.
Él
paro en seco, en medio de la nada, lejos de la casa que lo había acogido cuando
apenas tenía nada, a pesar de los reproches a lo largo de esos años, había
encontrado alguien a quien amar, y que le amaba. Y ahora, estaba huyendo de
monstruos inexistentes, de personas que realmente no le habían hecho nada
físicamente, pero, él sentía que ellos eran los causantes de la tristeza de su
pequeña. Al fin y al cabo, los monstruos nunca fueron monstruos, y las victimas
siempre fueron los monstruos.
Estaba
huyendo de sí mismo, sin querer, de aquellas tardes de llenas de Caos, de todas
las discusiones con su pequeña, sobre como cortar una empanada, o cuanta harina
había que echar para hacer una magdalena. Estaba huyendo de todo el daño que
había hecho antes de llegar a esa casa, del secreto que permanecía bajo sus
labios, de la Tristeza de su pequeña, de esa que no se iba, que residía en
ella, a pesar de los esfuerzos. De aquellas personas, los padres de ella, que
intentaban separarlos, distanciarlos, sólo porque querían proteger a su
pequeña, de aquel genio maligno encerrado en él. Después de todo, era él quien
la pegaba, quien los maltrata, después de todo, el ladrón siempre huye del
lugar del crimen, pero él no volvería. Quizás algo de razón tenía lo que le
había dicho su pequeña, antes de morir entre sus brazos.
-Tú
siempre fuiste el monstruo- Él asintió, sonriendo.
Al
fin y al cabo, nunca hubo despedida, ni sollozos, sólo recuerdos mal
recordados.
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