A veces sólo necesitamos huir de nosotros (2/2).

Había caminado varias horas, cuando una frase visito su mente, se acordó de una mañana de Invierno, el viento azotaba fuertemente las ramas de los árboles, su pequeña estaba en la cocina haciendo chocolate, mientras él la observaba anonadado, estaban solos, un desayuno romántico, se podría haber dicho. Estaban recordando todos los males que habían derrotado, las batallas ganadas e incluso las cicatrices que lucían en su corazón.

-Nos quedan demasiados monstruos que matar- dijo él, refiriéndose a los demás residentes de la casa.

Su pequeña río por lo bajo, y lo miro. Él sonría, esperando su respuesta.
-A veces los monstruos que hay que derrotar somos nosotros- respondió seriamente. Él entrecerró los ojos, encogiéndose de hombros.
-Tal vez tengas razón.

Él paro en seco, en medio de la nada, lejos de la casa que lo había acogido cuando apenas tenía nada, a pesar de los reproches a lo largo de esos años, había encontrado alguien a quien amar, y que le amaba. Y ahora, estaba huyendo de monstruos inexistentes, de personas que realmente no le habían hecho nada físicamente, pero, él sentía que ellos eran los causantes de la tristeza de su pequeña. Al fin y al cabo, los monstruos nunca fueron monstruos, y las victimas siempre fueron los monstruos.

Estaba huyendo de sí mismo, sin querer, de aquellas tardes de llenas de Caos, de todas las discusiones con su pequeña, sobre como cortar una empanada, o cuanta harina había que echar para hacer una magdalena. Estaba huyendo de todo el daño que había hecho antes de llegar a esa casa, del secreto que permanecía bajo sus labios, de la Tristeza de su pequeña, de esa que no se iba, que residía en ella, a pesar de los esfuerzos. De aquellas personas, los padres de ella, que intentaban separarlos, distanciarlos, sólo porque querían proteger a su pequeña, de aquel genio maligno encerrado en él. Después de todo, era él quien la pegaba, quien los maltrata, después de todo, el ladrón siempre huye del lugar del crimen, pero él no volvería. Quizás algo de razón tenía lo que le había dicho su pequeña, antes de morir entre sus brazos.

-Tú siempre fuiste el monstruo- Él asintió, sonriendo.

Al fin y al cabo, nunca hubo despedida, ni sollozos, sólo recuerdos mal recordados.

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